El caminante errante | Rufino

El caminante errante | Rufino

“… Pobre de mi madre parecía que llevaba años sin verla, su cara se parecía a la muerte que me pretendía, estaba de más de flaca…”

 

Sergio Ríos Sandoval*

-Fede, ¿cómo estás?

-Pos aquí, mire usted, Don Rufino, pase, ¿qué le trae por estos caminos?

-Ya ves. Anda, ayúdame a subir este escalón, que no sé a quién se le ocurrió ponerlo: no tiene ninguna razón. Mira nomás. ¡Ay que batalladera! Dame unos cigarros.

-Sí, tenga usted.

-Dios te pague.

-Nunca se curó de su pierna, don Rufino.

-Cómo crees que me voy a curar: cada vez estoy más cascajo.  Estas patas ya no me sirven ni pa nada. Mira también mis manos llenas de manchas como mi vida misma pero, no le aunque, no me rajo.

-¿Y cómo dice que se jodió su pierna?

 -Mira, Fede, la gente dice pura palabrería, pero no saben nada. Ai te va la verdad: contaba mi amá que un día traían un alboroto por lo de la Revolución y que aquí en Santa Rosa de los Ríos llegaron esos diables del Gobierno. Mi apá le dijo a mi amá que nos agarrara y que nos metiera en el cuarto del fondo con mi tía Chepa, yo tenía unos cuatro años apenas, algunas cosas sí me acuerdo. Hijo de la mañana… hasta me dan ganas de llorar. Fíjate nomás que mi madre nos agarró a todo su manojito de criaturas y a como pudo nos llevó pa la casa de mi tía Chepa. A mí me traía cargado de lado y de las prisas de mi madre por los gritos de mi padre, mi rodilla topó en un clavo que tenía mi tía Chepa pa colgar su morral y se me desgarró mi rodilla tiernita. Mi amá me amarró la rodilla con su rebozo. Yo no aguantaba el dolor, lloraba, pero ella me tapó la boca con juerza hasta me desmayé. Cuando desperté ya todo había pasado, ya se habían ido esos malditos. Mi pobre madre nos tuvo todavía toda la tarde y la noche por el miedo a que volvieran y nos encontraran.

Al siguiente día, mi mamá y mis hermanos salieron como ratones lampareaos. Yo me quedé recostado en el cuarto, todo desmejorado, ya no tenía ni juerzas pa quejarme, nomás se escuchaba a lo lejos el llanto cruel de mi madre, cada que gritaba el nombre de mi padre: “¡Eladio!”  Era como si saliera un reclamo por cada sufrimiento que llegaba a su mente, reprochándole que la hubiera dejado con un montón de criaturas, porque ella se iba a tener que hacer cargo también de los padres de mi padre. De pronto, mi madre salió a la calle y les gritó bola de majaderías a los pelones que mataron a mi apa sin conciencia.

Yo de milagro viví. Afigúrate, Fede, yo estaba moribundo, sabrá Dios cuánta sangre tiraría, nadie se acordaba de mí, ¿a quién le podría importar un chamaco llorón?, yo estaba completamente solo, perdí la razón, tenía mucha hambre, clarito sentí que la muerte se me iba subiendo poco a poco: sentía su presencia. De pronto me despertaron los lamidos de la coqueta, una perrita que llegó un día a la casa. Le dimos agua y ahí se quedó.

Me lamió la cara, desperté; me lamió la rodilla y ladró con todas sus juerzas, mi madre llegó, y todavía me regañó por haberme quedado. Pobrecita: sentí que llevaba años sin verla, su cara se parecía a la muerte que me pretendía, estaba de más de flaca. A como pude me logré reponer,  la herida de mi rodilla le dio más guerra a mi madre que todo lo demás, mucho tiempo me dio calentura, me daban como un tipo de ata…

-Espéreme don Rufino. Pásele, Coquito, con dos cucharones de maíz, más esos gramos de chile, quedamos a mano de lo que estaba pendiente. Que le vaya bien, me saluda a Enriqueta Vásquez,  ya supe anda en el pueblo; dígale que por qué no me ha venido a visitar.  Usted disculpe don Rufino.

-No se apure usted. Ya le digo, me daban así como ataques, como que se me nublaba la vista hartas veces. N’ombre, mi amigo, cómo batallaron conmigo. Con el paso del tiempo nos fuimos haciendo a la idea, y ya con los años nunca se me quitó esta maldita dolencia de esta pata, mire usted: este bolonón que tengo aquí. Mire, tóquele pa que se dé cuenta, me voy a morir con estos achaques, pero ya ni modo mi amigo. A este mundo vinimos a sufrir.

Ya me voy, porque de seguro la Juana ha de estar esperándome con ansias pa que le ayude a limpiar frijol. Anda muy contenta porque vendrán los retoños a visitarnos, yo no crea que me pongo muy contento pero qué le vamos a hacer.

-Ande usted, don Rufino, que le vaya bien, que Dios lo bendiga, cuídese esa rodilla.

-Gracias, le de Dios. Ayúdame, Fede, a bajar ese escalón, que cada que vengo me castiga.

 

*Soñador que se deja llevar por la imaginación y las letras. Escritor de El Curro de Plata.


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