El Espectador | Apariencias
“Una máscara”
Alex Bravo*
Si pudiera dar clases en alguna facultad de psicología, lo haría llegando a cada encuentro con una máscara, no mostraría mi rostro, la usaría durante todo el tiempo que esté en el aula.
El término “persona” puede interpretarse según su etimología de la palabra, la cual procede del latín persona y a su vez deriva del griego prósopon, que significa “máscara”. Los griegos en la antigüedad, se caracterizaron por ser anfitriones del teatro, en donde cada actor principal de la obra, usaba una máscara para expresar algún sentimiento. Si querían expresar la tristeza, usaban una máscara con un gesto triste.
En la actualidad no usamos máscaras, aunque si usamos expresiones de nuestra personalidad que hacen que nos caractericemos unos a otros. En realidad, nos comportamos de cierta manera según el lugar y con la persona con la que nos relacionemos. La mayor parte del tiempo se adopta un rol de respeto y que sea de agrado para los demás.
Desde antes de nacer, cuando nacemos, crecemos y hasta cuando estamos muriendo, la sociedad exige que se adopte un rol, según las necesidades que las circunstancias lo piden. Un hijo, un padre, una esposa, un maestro, una amante, un amigo, un enemigo y la lista puede continuar. Te comportas, por lo tanto, no de la misma manera frente a tus amigos, cómo lo haces con tu pareja o con tus compañeros. Con cada uno, con cada una, vas adoptando una apariencia, una
máscara, una personalidad. Como yo lo entiendo, el problema es que cuando esa imagen que esa persona tenía de ti, es rota, porque de repente un día, no cumpliste con el rol y mostraste una actitud diferente, comienzan los reclamos, esa otra persona se decepciona y hasta te dejan de hablar. “esperaba mucho de ti”, “no lo esperaba de ti”, “no puedo creer que seas así” son pequeñas jabalinas que, al ser lanzadas, pueden muchas veces hacerte sentir la culpa por ser, y no haber sido alguien que esperaban fueras. Tremendo dilema.
Si pudiera dar clases en alguna facultad de psicología, lo haría llegando a cada encuentro con una máscara, no mostraría mi rostro, usaría una máscara durante todo el tiempo que esté en el aula. Porque precisamente así nos movemos en el mundo, intentando mostrar y ser una apariencia, a tal grado que podemos sorprendernos cuando una de las máscaras se rompe y comenzamos a mirar el rostro que se esconde. Uno frágil, vulnerable, finito, lleno de incertidumbres, con inseguridades y con dilemas. Igual y como si fuera un demonio, nos damos a la tarea de crear otra máscara, que nos permita encubrir eso que conocemos, pero que no nos atrevemos a mirar.
*F.H.E.
